Conciencia fragmentada

Aciago fue el día en que todo cobró sentido. No fue una revelación instantánea, sino más bien una deducción lógica que fue empapando mi mente como una miasma corrupta.

Al principio, fueron solo vagos detalles: la mirada perturbadora de un extraño, un silencio más largo de lo usual, una sensación perenne de que algo no encajaba.

Al poco tiempo, los detalles fueron creciendo. Lentos, pero inexorables. Un grupo de gente moviéndose en terrorífica coreografía, caminando como soldados en su paso. O esas extrañas casualidades al ir a llamar a un amigo justo en el momento en que suena el teléfono. O al decir la misma frase. Al mismo tiempo.

Fue esa sincronía, atemporal, la que hizo saltar las alarmas en mí.

Cada día despertaba aterrado. No quería levantarme de la cama, temiendo esa presencia crónica, rítmica.

La opresiva sensación de estar viviendo algo ya vivido. De que el tiempo no es más que un reloj detenido, en un momento concreto, plasmado en una instantánea del Universo.

Y entonces, comenzó la pesadilla.

Estaba en mi cuarto, un cuchitril en un apartamento en NYC, en un barrio perdido. La pintura de la pared, desconchada, como mi conciencia. Fue en ese momento cuando el espacio comenzó a curvarse sobre mí, aplastándome. Retorciéndome.

No había dolor. Solo la certidumbre de estar fundiéndome con el vacío. La verdad de que mi cuerpo no tenía sustancia más allá de aquel constructo de tridimensionalidad.

Y mi mente se perdió. Solo quedó conciencia.

Y allí, frente a mí, la verdad destilada en su más pura esencia.

— J. Rodric

Gracias por llegar hasta el final.
Si este relato te ha gustado o te ha hecho pensar, puedes dejar un comentario o valorarlo.
Eso me ayuda mucho a seguir escribiendo.

Promedio de puntuación 5 / 5. Recuento de votos: 5

Hasta ahora, ¡no hay votos!. Sé el primero en puntuar este contenido.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *