Ilustración original de J. Rodric (2025)
El filo del wakizashi reposaba en las piernas de Tetsuo Murikawa; su afilada hoja esperaba paciente el momento de extirpar la deshonra. La lluvia repicaba con furia sobre el techo de la pagoda, el viejo templo familiar junto a la vivienda. El rítmico tamborileo amortiguaba el murmullo de su mente, tratando de decidir si lo ocurrido en la mañana debía purgarse con el sagrado ritual.
Percibió una sombra tras uno de los paneles de papel de arroz y sus tribulaciones desaparecieron: en un instante volvió a ser solo un samurái.
Se levantó de pronto, derramando entre los juncos el cuenco de té. El primer atacante atravesó la pared con un grito. Su rostro enfundado en negro; la katana, en alto. Tetsuo no lo dudó un segundo: tomó la katana ritual que colgaba en la pared. En un gesto fluido, se giró, dibujando un torbellino al tiempo que desenvainaba. Los aceros entrechocaron. Las miradas se cruzaron.
El primer enemigo cayó a sus pies, muerto incluso antes de saberlo.
Un segundo atacante accedió por la puerta. El tercero, por el hueco abierto en la pared. Un cuarto atravesó el techo. Ninjas del clan rival, asesinos despiadados.
Dos shuriken sesgaron el aire. La katana de Tetsuo vibró, desviando las estrellas: dos campanadas resonaron en la hoja ondulante.
Y, de pronto, un grito unido a un llanto: Mariko… Touma… suplicando al otro lado, en la vivienda. Una mueca de odio crispándole el rostro. La furia apretaba su corazón en un abrazo de acero.
La katana restalló en la oscuridad. Un relámpago quebró la noche: el parpadeo de los espíritus fijó el destino del segundo de los ninjas. El filo de Tetsuo atravesaba su pecho.
El cuerpo cayó tendido, el ruido amortiguado por el trueno. El tercer ninja atacó a Tetsuo, aprovechando su espada atorada en su compañero.
Saltó en el aire para esquivar su ataque. Una patada en el rostro le dio el impulso necesario para extraer su acero. Cayó el tercero, doblegado por el brutal impacto, con la nariz rota.
El cuarto se aventuró en su guardia; el wakizashi enemigo hizo sangre, apenas un roce. Pero era justo lo que Tetsuo esperaba. Atrajo a su enemigo para, en la cercanía, rebanar su cuello con un giro.
Se plantó, entonces, con mirada torva y pies separados, los ojos fijos en el tercer ninja, que sangraba profusamente por el golpe anterior. El último atacante perdió el combate de voluntades y huyó, pues lo embargó el terror de enfrentarse a un samurái que era más que un hombre.
Se dirigió a la habitación en que estaba su familia. Sus ojos se cruzaron con los de Mariko, en mutua comprensión. Tetsuo los instó a esconderse, con la firmeza en la voz de su vida de soldado y la opresión del miedo en el pecho.
Tocó la campana de alarma, que avisaría a sus hombres en las viviendas cercanas. El sonido se deslizó furtivo, despertando a sus milicias.
Y mientras tanto, fuera, en la noche, una docena de asaltantes se replegaba, dispuestos a darles muerte a los tres.
Supo, sin albergar ninguna duda, que viviría lo suficiente para darles aquella oportunidad a Mariko y Touma. Pronto, aquellos asesinos aprenderían por qué lo llamaban Tetsuo: el destino de los hombres.
Y la gesta resonaría en su apellido como el rugir del río en aquella noche de tormenta.
鉄雄 守川
— J. Rodric
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