Doce campanadas

Bram se ajustó la lupa de relojero con un gesto mecánico. Acercó la luz a la caja y procedió a aflojar los cuatro tornillos que la mantenían hermética.

Se trataba de un reloj de lujo, con correa de titanio y una mecánica suiza, de gran valor. Su dueño se lo había confiado porque había sido de su padre y, al fallecer este, había decidido repararlo pues llevaba varios años estropeado.

Escrutó el interior con la lupa, examinando los distintos engranajes y ruedas.

Ding, dang, dong, dung, comenzó a sonar, tras de sí, el antiguo carrillón que adornaba la tienda.

DONG. Resonó con fuerza, la primera campanada.

DONG. Se oyó la segunda.

Bram alzó la vista hacia un precioso Atmos de sobremesa: marcaba las doce.

DONG.

El relojero frunció el ceño, disgustado. El Atmos, cuya mecánica podía verse parcialmente, permanecía inmóvil.

Bram resopló.

DONG.

Dejó el reloj de pulsera, con cuidado, y alargó la mano hacia el Atmos.

Le dio la vuelta para abrir la portezuela posterior.

El silencio, ronco, permeaba con una pátina tenebrosa la estancia.

Se giró en la silla, visiblemente extrañado. El vibrante sonido del carrillón se había detenido también. Se levantó.

DONG. Restalló, como un látigo.

Bram cayó en la silla, sorprendido. El aliento contenido.

DOOOOooooong. La siguiente campanada dejó una nota vibrante, queda. Con un tinte horrísono que le oprimió el alma, como si una miasma incorpórea le hubiese extraído todo el aire de los pulmones.

Avanzó un paso. Sentía un leve mareo que le hacía bambolearse.

doooOooOOOoonnnnggg. Aquello había parecido más el graznido quejumbroso de alguna criatura ultraterrena.

Un nuevo paso dubitativo. Estaba justo bajo el dintel de la puerta que se abría a la tienda.

Frente a él, el antiguo reloj, de formas redondeadas, se desdibujaba en las sombras, iluminado levemente por la luz que penetraba del exterior.

El péndulo permanecía inmóvil.

Un escalofrío le erizó el vello de la nuca.

La silla rechinó a su espalda.

Se giró de golpe.

DOOOOOOOONG.

Una figura. Una sombra. Sentada en su silla, lo contemplaba.

En su mano izquierda tenía el Atmos de Bram.

DoooOoong.

Sus ojos eran dos brasas.

Bram estaba paralizado.

DoOoOonnng.

La figura se levantó.

El control de su cuerpo lo abandonó; se orinó encima.

DOOOOOONG.

La criatura sonrió, sardónica, con unos dientes blancos, irreales.

DOO…. Un parpadeo. La figura a su lado. OOO… El Atmos en alto. El pánico en el rostro de Bram. ONG… Inevitable. Inexorable.

El Atmos se incrustó en su cráneo.

Y el tiempo, al fin, se detuvo por completo… ¿O quizás, así había sido siempre?

— J. Rodric

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